Permanece impoluto en mi mente aquel día
en que te conocí, mi diario vivir por aquellos días se vestía de altos y bajos,
de contrariedades y confusiones.
Cuando escuché el ronco de tu voz, supe
que serías importante; y cuando vi tu nariz, confirmé sin ningún tipo de temor
que jamás podría olvidarte.
De tu mano aprendí a sentir con
propiedad y entrega, los chispazos que proporciona el enamoramiento, esa
sensación inexplicable y sobrecogedora que se produce cuando se tiene en frente
a una belleza tan especial como aquella de la que eres dueña, una hermosura que
sobrepasa por completo los límites del cuerpo, para irse directo a las entrañas
del alma.
Te amé desde aquella primera tarde de
invierno y te seguiré amando hasta la última de ellas. Mis alegrías viven entre
tus dientes, entre el saco de lana que le da calidez a tu cuerpo, entre tus
manos mojadas por la lluvia.
Entre tus cabellos se colaron mis
miradas y mis sueños. Eres el único sitio del mundo en dónde experimento
sosiego y libertad, en ti encuentro abundancia y perpetuidad.
Cada una de tus lágrimas me dolieron
como si brotaran desde las partes más amargas de mi corazón.
Me casé para siempre con tus alegrías,
con cada una de tus bromas; le di un sí eterno e incondicional a la forma en la
que solías recostarte sobre mi hombro, sediento incansable de tus mejillas. Y
hasta el día de hoy, sigo diciéndole que sí a tu risa pícara de los domingos
por la mañana y a la manera como se mueven tus manos para saborear con absoluto
encanto tu pelo.
Todavía amo la manera en la que el agua
de la ducha se deslizaba por tu piel y extraño terriblemente los besos
inesperados en el cuello o en la panza, las cosquillas que mediaban nuestras
discusiones.
Echo de menos hasta tus silencios, tus
rabietas, tus tristezas, porque me
hacían más humana, porque de vez en cuando me hacían aterrizar.
Me hace falta besar la punta de tu nariz
y tus orejas y tus ojeras; y admirar las acrobacias que protagonizan tus
piernas mientras tu cuerpo le da la cara al amanecer.
Sigo esperando encontrarme de nuevo con tus
vicios, con tus olvidos, con tus rarezas, con lo enigmático de ti.
Ansío mirar de frente las zonas de tu
ser que no tuve tiempo de descubrir y deseo que hagas lo mismo conmigo.
Transformaste mi vida con el conjunto de
pequeñas y grandes cosas que arman el rompecabezas de tu existencia.
Te firmé un contrato con los ojos
vendados y no me arrepiento, porque recogí ganancias inesperadas e inmerecidas.
Te echo de menos en este instante, y me
temo que lo seguiré haciendo dentro de todas las medidas de tiempo que le
quedan a mi vida.
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