Hoy me levanté por el lado izquierdo de
mi cama
y no fue hasta que tomé el primer sorbo
de café
que me di cuenta de que me amaneciste
doliendo más que nunca.
Miro las paredes que me rodean
en busca de respuestas valientes,
respuestas que me hablen fuerte,
que me griten y me digan que no eres
real,
que eres un tonto juego que mi cabeza ha
inventado;
respuestas que te desalojen de mi mundo
en un chasquido imperceptible.
No importa cuántas veces grite tu nombre
en mi mente,
lo cierto es que no te vas a aparecer en
frente de mi ventana
para darme los buenos días y servirme el
desayuno.
Tengo que reaccionar,
hacerme a la idea de que no habrá un “tú
y yo”,
de que no habrá una palabra conformada
por la combinación de nuestros nombres.
Tengo que pellizcar a mis sueños para
que despierten
y hagan frente a esta jodida realidad
que me atraviesa,
una realidad monótona y pesada en la que
cuesta respirar,
regada con matices de recuerdos antiguos
de ti,
que se me han ido acabando
y ya no son suficientes para alimentar
mis circunstancias actuales.
Mis ojos ya ni siquiera lloran tu
ausencia,
ellos comprenden mejor que yo
que nunca fuiste mía,
que todo fue ficción narrada por mi
corazón,
un atrevido que quiso fijarse en ti sin
mi permiso.
Tengo que hacerme a la idea
de que no despertaré contemplando
los puntitos de color café que empiezan
desde el centro de tu nariz y se riegan hasta tus pómulos;
aunque me duela,
tengo
que aceptar que fuiste y seguirás siendo irrealizable;
tengo
que empezar a explicarle a mi cuerpo
que
las promesas que le hizo mi corazón
no
se cumplirán jamás: nunca seremos uno solo,
nunca
podré hacerte sentir de qué está hecho mi amor.
Ya
no habrá chance de que compartamos un beso en los labios,
un
agarrón de manos,
un
helado en una tarde de domingo,
o
un martes por la noche contándonos tonterías que nos hagan felices;
ya
no podré besar tu cuello mientras te susurro al oído
palabras
calibradas a punta de pasión.
Nunca
podré escucharte decir que soy el amor de tu vida.
La
nuestra fue una historia que se negó a ser.
Todos
estos hechos
forman
un repertorio gigante de dolor
que
se ha enraizado en lo más profundo de mi alma
y
para el cual no hay reparación.
Me
deseo toda la suerte del mundo
sin
duda la necesitaré,
no
será nada fácil despegar de mi pecho
las
utopías que se tejieron en torno a ti.
De
ahora en adelante seré puntos suspensivos
aguardando
a que el alcohol, los cigarros, las lágrimas, la lluvia, la música y los días
con sus noches,
se
encarguen de apaciguar el huracán de emociones que fomentaste en mí.
Otra
vez me despido de ti,
haciéndome
fuerzas
y
esperando que ésta
sea la última y
definitiva.
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