Ella era una flor inverosímil a punto de la extinción, era dueña de una mirada distraída y melancólica. Su pecho estaba adornado con amargas cadenas, cadenas que soportaban el peso de un gran secreto. Su rostro lucía taciturno y apagado, y de vez en cuando, algunas gotitas de tristeza descendían de sus ojos; su boca, que pronunciaba sonrisas fingidas, buscaba empaparse del saciante y exquisito bálsamo de la verdad. Cercada por una cómplice y refrescante brisa, con la aprobación de la luna, de las estrellas y del cielo entero si se quiere, y bajo la mirada celestina y primaveral de una noche de marzo, mientras cada átomo de su cuerpo temblaba vorazmente, mientras su corazón interpretaba la sinfonía más estruendosa que jamás se haya escuchado; dejó caer sobre su lengua todo el peso de su verdad, de una verdad que al ser manifestada por una boca árida y unos labios aún incrédulos, terminó por arrancar la sal, la oscuridad y las mi
“Y la poesía es eso que nos asombra y nos nombra, que nos taladra las sienes como un balazo.” Raúl Gómez Jattin