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“Nos vemos”

 



Todavía no me acostumbro a hablar de ti en pasado,
no me acostumbro a no sentir el tacto de tus manos que, aunque trajinadas por el oficio y el afán de la vida, se sentían como las más suaves al secar mis lágrimas en plena pena de mi corazón roto; no me acostumbro a un día sin ti, a una tarde sin ti, a una noche sin ti…

Te extraño y te repaso todos los días, a cada segundo, hasta en los sueños, porque me llena de miedo levantarme un día y no recordar el timbre de tu voz.

Me sé de memoria ese rojo sin causa identificada en tu nariz, las verruguitas entre tus cejas, tus orejas grandes, tu cabello que nunca se pudo decidir entre el liso y el ondulado, tus canitas, la cicatriz enorme de tu cirugía de vesícula a los 19 años, tus labios que eran todo lo contrario a los míos, tu estatura que era casi la mía, las arrugas de tu cara, las pecas de tus manos…

Tu risa, tus bromas, tus burlas, tus malas palabras, tus hijos, tus nietos, tu biznieta, tu Goyo, tu mercado, tu vestido de cuadros, tus flores, tus sillas sin balanza, tus periquitos, tu rosario, tus santos, tus noches sin dormir, tus achaques, tus preocupaciones, tus lágrimas, tus sueños, tus miedos, tu bendición y tu beso antes de irme a dormir o a trabajar, tu afán de que fuera yo alguien en la vida, toda tú, mamá.

 Ya no tengo a quien ponerle las querellas de una cucaracha en mi cuarto, de un mal día o de un mal amor. Tus manos ya no serán las que me den una pastilla para aliviar cualquier enfermedad que ataque a este cuerpo de casi 33 años que tuvo su génesis en tu vientre.

Ya no me regañarás por mis groserías, por no guardar la ropa limpia, por gastar la plata en el papel de los libros, por comer comida chatarra, por mi inmadurez, por usar tanto los audífonos, por levantar el tono de mi voz, por hacerle la vida imposible a tu perro… Ya no se oirá el sonido de la puerta de mi cuarto al abrirse para tu asomarte y ver si estoy viva, porque son las 2 de la tarde y aún no me levanto.

Ya no probaré tu comida de Semana Santa, ya no se escuchará el televisor encenderse a las tres de la tarde para que reces tu rosario de la misericordia, ya no volveré a escuchar mi nombre pronunciado por tu boca, ya no más de tus dedos morados por las bolsas de la compra, ya no más de tus novelas turcas, ya no más de ti, y no alcanzan todas las lágrimas ni todos los gritos en silencio ni todos los consuelos para soportarlo.

 Cobró vida el peor de todos mis miedos: tu muerte, y no estás tú para consolarme.

 Toda tu historia de 70 años, la contada y la que solo conociste tú, aniquilada por un matón sin rostro. Toda tu vida sin vida, sepultada detrás de concreto y mármol grises y fríos a los que yo envidio tanto porque estarán con tu cuerpo por más tiempo que yo.

Espera mi corazón que en estos momentos seas eternidad, que sean todos los misterios descubiertos para ti, deseo que seas flor, ave silvestre, mariposa de colores hermosos, árbol con muchos frutos, agua bendita del mar, niña inocente, joven hermosa y saludable, viviendo en todos los tiempos, en todas las vidas, siendo regada y cultivada por la lluvia del amor de ese Dios en quien tanto creíste, a quien nos encomendaste y, a quien estoy segura invocaste, para que te tomara de la mano y te llevara de vuelta a casa a encontrarte con tu padre, tu hermano y tu hija.

Es un hasta pronto que duele mucho, mami; pero mientras tanto, mi corazón, mi cerebro, mi boca, mi lengua y mis brazos hoy te piden perdón por temblar tanto, por ser lo contrario a ti: cobardes, y sólo alcanzar a articular un triste y escueto “nos vemos” antes de que te fueras, en vez de despedirse con un abrazo y un “te amo y te volvería a elegir como mi mamá en esta y en todas las eternidades que hagan falta.”


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