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Yo, pecadora

 

Este escrito va dedicado a esa amiga que, en una tarde lluviosa, tanto para el clima como para sus ojos, me hizo confidente de su más grande pena de amor.

Quiero que sepas que, aunque las siguientes palabras sean profanas, el verdadero amor SIEMPRE tiene el poder de restaurar y devolvernos cualquier inocencia que creamos perdida o muerta.

 

Antes, la inspiración venía solita, se instalaba en mi pecho y desde allí coordinaba a mis dedos para que se desbordaran cincelando las teclas del computador que, a su vez servían de parteras para ayudar a traer al mundo digital toda clase de historias, historias de un color resplandeciente y blanco como la inocencia; una inocencia que ya no existe, que fue muerta a causa de un balazo certero en la sien.

Quien hoy escribe es el reemplazo profano, el alter ego mundano de aquella inocencia violentada hasta la muerte.

Me acuso de blasfema, maldigo el día y la hora en la que nuestros cuerpos intercambiaron los acalorados líquidos provenientes de nuestros sexos en celo.

Reniego de los besos que te di, los maldigo uno por uno y deseo que ardan eternamente en la Gehena de tus pesadillas.

Esta inocencia prostituida hoy te condena a una crucifixión, pero antes, también te condena a recorrer un calvario insoportable, con corona de espinas, escupitajos y latigazos incluidos. En vez de tus manos y pies, será la carne de tu corazón la que reciba a aquellos clavos que te harán exhalar por última vez, los clavos de la culpa que cargas, los clavos hechos con el acero implacable del dolor que perpetraste y que regresa a ti.

Hoy esta inocencia muerta se denigra y se cancela a sí misma por ser tan ingenua, por creerle a cada palabra articulada con tu boca gloriosa y experta en el arte ancestral de la mentira.

Esta inocencia putrefacta, se da golpes de pecho por haber dejado saliva de sus besos en tu color de piel.

Al haber traspasado el misterio de la muerte, esta ex-inocencia tiene potestad para todo, por eso, hoy te condena a una vida llena de la ausencia de la calidez de un abrazo, o de las miradas de unos ojos sinceros o de los besos de unos labios carnosos. Esta inocencia te condena por todas tus vidas a los amores tan falsos, tan pobres, tan tibios y tan a medias como el tuyo; hoy esta inocencia perdida en el limbo terrenal, te hace pagar con la ley del talión.

Hoy esta inocencia resucita, vuelta puta, habiendo probado la manzana prohibida y, por ende, siendo castigada con la expulsión del paraíso, convertida en una anti-Eva, en una Alicia, pero sin su país de las maravillas.



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