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El verdadero y único interrogante

 El insomnio y la cuarentena, traen en sus maletas todo tipo de interrogantes.

Se formula uno mismo las preguntas y el ingenio de la mente da atisbos de respuestas. Todos los misterios en los que hemos reflexionado alguna vez, se juntan y hacen una juerga ensordecedora.

¿Cómo es posible que en unos ojos se pueda leer una verdad? ¿Cómo es posible que los hechos hablen mucho más que las mismas palabras? ¿Cómo es posible que, estando nuestro organismo tan bien pensado y estructurado, no tenga un órgano dedicado únicamente al olvido de todo aquello que nos daña?

En estos momentos, se piensa en los motivos que tiene el azar para juntarnos con otras personas, lugares y circunstancias, de la manera tan sarcástica en que lo hace: a veces, estando a dos calles de distancia, no nos conocemos sino hasta dentro de 30 años; mientras que, a otros, estando en países distintos, les basta un segundo de distancia para dar un clic en el botón de “aceptar” y empezar a conocerse.

Se piensa mucho en las paradojas de la vida: hay momentos de felicidad, placer y éxtasis tan extremos que, quisiéramos que fuese posible tener un cuerpo multiplicado por varias cifras para poder sentirlos con más intensidad; mientras que la tristeza y el miedo sólo nos provocan querer dividir ese cuerpo o simplemente hacerlo desaparecer.

 También hace presencia obligatoria el pensamiento de los dos tiempos que no existen: pasado y futuro. ¿Por qué las entrañas de nuestro cerebro de encaprichan tanto con estos dos absurdos? ¿Qué sucedería en este universo si tuviéramos la capacidad de ir atrás y deshacer las palabras y las acciones que nos lastimaron a nosotros mismos y a otros? ¿Sentiríamos alivio? ¿Recuperaríamos la dignidad que creemos perdida? ¿Cambiaríamos el curso de este Big Bang que se precipita a toda velocidad por el negro sinfín del espacio?

Surge también el concepto y la praxis del amor: ¿cómo algo que es abstracto, que no tiene ni siquiera un color, un aroma o una textura conocidos, puede literalmente hacer que miles de soles ardan tan intensamente y que el mundo gire de la manera matemáticamente perfecta en que lo hace? ¿Cómo el amor tiene el pleno poder de resucitarnos, de hacer florecer nuestros jardines internos, de hacer que queramos ser mejores personas, de hacer arrodillar a la soberbia en señal de completa rendición y veneración? ¿Por qué el amor le gana la guerra al tiempo y a la distancia?

¿Por qué o para qué venimos a este mundo? ¿Por qué, si venimos de otras vidas, no tenemos la capacidad de recordarlas? ¿Por qué vemos ese 11:11? ¿Por qué, aunque lo queramos con todo nuestro ser, no podemos estar con quienes queremos? ¿Por qué algunos son forzados a irse sin despedirse? ¿Por qué algunos son capaces de mentir y jurar mirándote a los ojos? ¿Por qué, a veces, cuesta tanto ver lo bueno y lo bonito en nosotros mismos? ¿Por qué nos cuesta siglos olvidarnos de quien nos olvida en segundos? ¿Por qué nos hacemos estas preguntas?

Súbitamente, se aparecen dos ideas que son brutal e inexplicablemente aterradoras para mí y que, además, anulan, vuelven trizas a todas las preguntas planteadas en las líneas de arriba:

 1-La idea de que después de la muerte tengamos una vida eterna.

2-La idea de que después de la vida tengamos una muerte eterna.

Entonces, la palabra

e

t

e

r

n

i

d

a

d

se convierte en el verdadero y único interrogante.

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