El primero en la lista fue C., de cejas y ojos de negra y profunda belleza; de boca rojita, pequeña y deliciosa. Por C. aprendí a pronunciar todo tipo de mentiras dulces, justo como dice Shakira en su canción “Antología”. C., mi primer amor de los trece años, mi primer beso torpe detrás de un camión, mi primera ilusión.
C., a quien dejé ir cuando ya no pude contener mi verdadero ser.
Después siguió S. Tuve una historia de amor con sus ojos, los llevaré conmigo hasta el día que muera, porque las cosas que inspiran hay que guardarlas en el cofre eterno de la memoria y regarlas con flores todos los días. A S. le debo mi poesía, le debo muchos placeres, pero también le debo el dolor propio de las cosas que se anhelan y no se pueden tener. Le debo a S. una confesión de amor que, de haberse realizado en aquel pasado, nos tendría juntas, según afirman dos o tres testigos que presenciaron nuestra no historia de amor.
S., si lees esto, quiero que sepas que te sigo queriendo, aunque no de la misma manera, supongo que en esta vida no debía ser lo nuestro, aunque nos quemara lo que sentíamos la una por la otra. Espero que en alguna de nuestras próximas vidas podamos hacerlo realidad, que podamos tener un gato angola y un perro chihuahua, en una casa preciosa rodeada de árboles, cascadas y muchas flores y, decidir en medio de una pelea tonta el nombre que llevarán nuestros hijos.
El tercer amor en la lista es A., con a de ángel, un ángel de tez morena, que cumplió su función de ángel y me llevó al cielo, con ella pude ver de cerca los anillos de Saturno, pude experimentar el sabor del color rojo, del rojo del deseo. A., quien abrió las puertas de la pasión. Mi A., un amor intenso de escasos seis meses que valieron por una eternidad y que me dejaron flotando en una parte preferencial del firmamento.
El amor más reciente: N., el amor producto de la vorágine tecnológica propia de estos tiempos; el amor que me tiene rezándole a un dios en el que no creo, el amor que me tiene haciendo meditaciones para tratar de erradicarlo de las tierras de mi alma. El amor por el que he tocado fondo, el amor que me hizo ponerme en los zapatos de aquellos a quienes critiqué. El amor que me hizo entender el sentido de la frase “nunca digas nunca”
N., el amor que al principio no tomé en serio y que en tiempo presente me tiene sentada en el vagón oxidado de una montaña rusa de emociones. El amor que me devolvió la ilusión y que un día cualquiera de diciembre decidió llevársela de vuelta. N., el amor que trato de olvidar, algunos días con éxito, algunos días con total fracaso.
Todas las historias de amor tienen un “dato de interés”, las mías no son la excepción, por empeños del universo, tienen uno muy triste en común: al igual que el Jack de Rose, sus recuerdos no quedaron ni siquiera en el consuelo de una fotografía, ahora sólo viven en mi memoria, ya sea para alegrarme o atormentarme.
Señor de los dados: ¿Qué inicial sigue? Por favor, esta vez, justifique su respuesta.
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