Un sábado cualquiera, 00:14 hrs.
Aquí me tienes, N.
con la mirada clavada en un punto x
del techo,
con la taquicardia a velocidad luz,
con la ansiedad a punto de dislocar mi pie
izquierdo,
incapaz de entregarme al sueño,
con toda mi piel en estado de gelidez y
hambre.
Aquí agonizo,
agonizo a causa de la peor enfermedad de
todas: la que tú causaste,
la muerte intenta hacerme suya,
pero yo trato de engañarla, para que tome
tu recuerdo y lo envuelva entre su negra y despreciable manta;
es por eso que te escribo en la mente esta
carta que toma cuerpo y vida gracias a la tinta amarga que emerge de mis ojos.
Querida N.: ayer fuiste el fuego que entró
por mi boca y me devolvió la vida, pero hoy eres el maldito hielo que devoró
hasta la última gota de mi sangre.
Ni todo el alcohol del mundo ha podido desintoxicarme
de ti, te veo en el fondo de cada botella que tocan mis labios. Apareces
sonriendo en el humo que sale de las colillas de los cigarros de los
transeúntes que me cruzo en la calle. ¿Cómo lo haces?
Aún puedo escuchar tus gemidos, aún puedo
sentir tus uñas rojas clavadas en mi espalda. Mis papilas gustativas todavía se
revuelcan de placer al rememorar el dulce sabor y la textura de tu saliva.
Mis manos todavía están humedecidas por el
cáliz de vida que erupciona de tu centro, aún puedo escuchar los latidos de tu
sexo.
¡Y tu voz! Tu voz no me deja en paz, se mezcla
entre las notas de la música que oigo, tu voz me narra las líneas de cada libro
que leo.
Y tus ojos N., tus ojos están en el café
que tomo 8 veces al día, como si te estuviera tomando a ti.
Tu olor está esparcido a n
kilómetros a la redonda de cada lugar que visito.
Últimamente me pasa que te veo en el color
amarillo, y sé que más adelante, cuando el amarillo no sea suficiente, empezaré
a verte en cada color del espectro visible, y cuando éstos no sean suficientes,
empezaré a verte, incluso, en los que no puedo ver.
…
…
Empieza a llover…
La lluvia vino a salvarme de ti,
hasta ella se compadece un poco de mí.
Querida N., ya me despido, te digo adiós,
hasta siempre, hasta nunca.
Te digo adiós confesándote que nunca me
imaginé que te convertirías en esto que acabo de escribir.
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