Foto: Archivo personal
Ayer, de camino a la playa
pude ver un pedazo de tu boca en el
reflejo solar que caía sobre el asfalto,
para bloquear esa imagen, volteé para mi
derecha
y en medio de una hierba totalmente
muerta, vi una mariposa de alas blancas y amarillas y recordé que me dijiste
que en tu próxima vida querías ser una de ellas.
Esquivé nuevamente el pensamiento, cerré
los ojos, y apareció una galaxia negra y azul conformada por todas las letras
de tu nombre.
Sólo un pequeño sueño logró evadirte.
Luego, en pleno viaje mar adentro, mientras
miraba los tonos que colorean el agua, me pareció ver tu cuerpo enredado en un
arrecife de coral y, para olvidar ese pensamiento, miré al cielo, pero también
estabas allí, envuelta en una nube blanca, con una corona de aves adornando tu
cabello.
Al llegar al ansiado destino, me parecía
verte en el tono de piel de cada nativo que cruzaba frente a mis ojos y para
dejar de verte entré al mar, pero resulta que el agua tibia me recordó a lo
que sentía mi cuerpo cuanto tus manos lo tocaban.
Luego, recorriendo el pueblo, me imaginé
caminándolo agarrada de tu mano, y repasé en mi mente todas las posibles
conversaciones surgidas a raíz de lo lindo del paisaje; imaginé también, tus
ojos embobados y felices mirando todo aquello, nos imaginé en la barra de un
bar cualquiera del lugar, tomando una piña colada y bailando cualquier tipo de
música.
Nos imaginé, te imaginé, me imaginé…
En conclusión: el viaje no fue hacia esa
isla, el viaje fue hacia ti.
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