Todas las expresiones artísticas tienen la
capacidad connatural de provocar en el alma, en el cuerpo, en los sentidos, un
tipo de emociones que, desafortunadamente nuestro idioma, aún poseyendo
palabras tan bellas, es incapaz de describir. Sin embargo, trataré de utilizar
esas mismas palabras que, para hablar de esta temática se tornan desgastadas,
débiles, insuficientes; para esbozar lo que es, lo que hace experimentar el
arte, a quienes tienen la oportunidad de crearlo, de verlo, de escucharlo, de
sentirlo.
Todo arte, indudablemente, está tocado por
lo divino, porque nos acerca a nosotros mismos, nos hace caminar por nuestro
interior para reconocer el propio yo, y así poder asimilarlo, aceptarlo, perdonarlo,
amarlo y transformarlo; y también nos permite acercarnos al otro para
concebirlo no como un hecho aislado a nosotros, sino como parte vital de la
cadena de energía y vida que integra al cosmos.
Lo artístico es causa de una conmoción en
los adentros, en el exterior; provoca risas, lágrimas, mudez, temblor; nos
lleva a momentos de deliciosa locura o exquisita lucidez. Parte el alma en dos
y al mismo tiempo es capaz de restaurarla.
El arte nos permite activar los sentidos
que no son físicos, esos que habitan en las entrañas, esos que hacen brotar lo
mejor y lo peor de cada uno de nosotros. A través de él, podemos descubrir las
dualidades que nos viven: bien-mal, femenino-masculino, espíritu-carne,
vida-muerte.
El arte irrumpe en la realidad
tridimensional, la vuelve invisible, la traspasa, la hace trizas. Nos provee de
una armadura que es eficaz protegiéndonos de las realidades particulares y
colectivas de las que todos huimos.
Las letras vivas de la literatura; los
sonidos de la música; los colores, formas y paisajes de la pintura y la
fotografía; los movimientos de la danza; los diálogos y actuaciones de las
obras teatrales; los sabores de la gastronomía; los trazos de la escultura;
provocan una inestabilidad emocional digna de alabanza. Digo “inestabilidad emocional”
porque lo que nuestro cuerpo y mente experimentan al ser testigos del arte, son
sensaciones a las que no están acostumbrados, simplemente porque no pertenecen
a este mundo físico: la verdadera felicidad, la genuina paz, la sensación de
conexión con el TODO. El arte las genera precisamente porque no es de una
especie humana o terrenal, sino porque viene directamente de lo eterno, de lo
etéreo.
El arte proporciona las risas y el
alimento para el alma. Es el clímax de la vida. Es el color que se percibe a
través de todo el ser y que transforma con inmediatez todo lo que toca, sea
vivo o inanimado. Tiene tanto poder como el amor, y se puede decir con plena
certeza, como quien establece una ley universal e irrefutable, habiéndola
comprobado a través de múltiples métodos; que es una de las incontables caras
de Dios, y como tal, tiene potestad absoluta para derribar miedos, derrotar
soledades, expulsar demonios y resucitar.
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