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J y K


Acuerdan la cita en un hotel a las afueras de la ciudad. Sus cuerpos tienen prisa, mucha prisa. El deseo ha alcanzado el punto máximo de ebullición y no les queda más camino que hacer caso a sus gritos desesperados.
Llegado el día de consumación, una vez en aquella habitación, sus miradas se alinean, ambas vislumbran el fuego que las atraviesa.
Se dan un beso.
Se desnudan la una frente a la otra. No pueden creer que aquello por fin esté ocurriendo. Finalmente tienen la oportunidad de encarnar todas las palabras compartidas vía chat.
Abrazan sus cuerpos, se vuelven a besar y esta vez lo hacen como si no hubiese un mañana.
Sonríen y miran sus bocas entre sí. Empiezan a explorar y descubrir los rasgos de la anatomía de cada una, tarea que antes había sido truncada por los miedos y por los prejuicios.

Ya están en la cama. K inicia el viaje en la punta de los pies de J, va subiendo lentamente, hasta que finalmente se encuentra frente a frente con el oasis que va a saciar su sed.
K sabe que las cosas buenas de la vida se dan a esperar, por eso contempla por un momento aquel oasis, lo besa suavemente y continua con su viaje, emprende más hacia el norte. Con su lengua humedece el vientre de su amante y liba, con muchas ganas, de los pechos erectos de la que ahora se está convirtiendo en su mujer.
Sus bocas se encuentran nuevamente y se besan tratando de saciar toda el hambre que estuvo acumulada por tanto tiempo, se muerden los labios, sus lenguas se encuentran y establecen un idioma en común.
Ya no hay vuelta atrás.

K decide regresar hacia las tierras del sur, y encuentra aquel oasis totalmente humedecido, lo vuelve a besar suavemente y deja que su lengua baile encima de él. El cuerpo de J hace deliciosas contorsiones, sus manos agarran con fuerza las sábanas blancas de la cama de aquel hotel; sus ojos están cerrados mientras que sus dientes tratan de contener los labios, trata de guardar el placer para sí misma, pero pronto sus cuerdas vocales la traicionan y emiten un quejido divino y excitante. J se derrama sobre K… J se ha ido, su cuerpo yace en aquella cama, pero su alma viaja a toda velocidad hacia el cielo.
K por fin ha saciado su sed.

J regresa del viaje, vuelve a la realidad y, de prisa levanta su cuerpo resucitado para agarrar la cara de K, la besa por un largo rato, le dice algo al oído mientras K sonríe y besa su hombro.
A pesar del cansancio, las ganas de parte y parte siguen intactas, inundan toda la habitación con una luz de color rojo.

Ahora comienza el viaje de J por las tierras de K.
A K le ha llegado su turno de expandirse, de lloverse, de derramarse, de venirse, de irse, de fundirse con las estrellas.

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