Ir al contenido principal

El artista triste



El artista triste emprendió el viaje de su vida.
Un día, hastiado de tantas musas de plástico,
tomó su lienzo, sus pinceles y pinturas
y se fue descalzo hasta la orilla del mar.
Una vez allí, mirando hacia el azul y horizontal infinito de agua y,
empuñando en sus manos la arena fina y nacarada de la playa,
dejó rodar por sus mejillas todas las lágrimas que tenía presas en aquella cavidad ocular de paredes claras y pestañas abundantes,
mientras miraba al cielo, articuló un grito, como símbolo de desesperanza,
le dolía tanto, que quedó tendido allí, a solas, en compañía de los milagros que su angustia le impedía ver.
Las olas lo arroparon, lo protegieron, acariciaron su piel, como si fuese lo más frágil y puro de este mundo.
La partitura de su arte se fundió con el agua.
Cuando volvió de aquel letargo, de esa muerte momentánea,
se encontró de frente con ella,
con esa mujer, que era todo lo que había soñado,
se encontró con su sonrisa de marfil,
con sus cejas perfectamente curvadas y expresivas;
se encontró con un cabello negro, en el que bailaban flores de loto,
con unos ojos que contenían toda la verdad de la que había estado sediento.
Se encontró con un cuello hecho expresamente para alojar los besos suyos,
y con una sonrisa, unos senos y unas manos, que eran portales hacia lo divino, hacia mundos nunca antes vividos.
La tomó entre sus brazos y se aferró a ella mientras sonreía y el sol hacía su propia obra de arte de colores de atardecer;
tocó la piel suave de su espalda
y luego,
mirándola fijamente, dibujó con su dedo pulgar el contorno perfecto de la boca…
le parecía irreal.
Por un momento pensó que había muerto,
pero se dio cuenta que no, cuando al querer tocar las piernas de la mujer de su vida, sintió un fuerte pinchazo que lo hizo sangrar.
El mar la había esculpido para él, la había delineado con su magia y con su sal, como el mejor regalo jamás dado a un mortal.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Alejandra

  "Lo que le ocurrió a Kafka es lo mismo que me ocurrió a mí: Él se aisló demasiado en la soledad y sabía; el debió saberlo, que de ahí no regresa nunca nadie". Alejandra Pizarnik   Heme aquí, batallando como siempre sintiéndome extranjera en mi propia piel padeciendo un dolor que no me pertenece supurando por una herida que no es la mía llorando unas lágrimas que son propiedad de otros ojos. No hay metáfora que pueda darme calma. Se acabó la paz, reina el caos en mis huesos. Los músculos de mi espalda levantaron trincheras, están enardecidos, encienden su fuego contra mí. Mi corazón ya no hace escándalo en mi pecho, parece haberse autocondenado a muerte; le toca al cerebro decidir el método de ejecución. La vista permanece fija en un punto muerto del horizonte, las ojeras empiezan a dar las primeras señales de rebeldía. Mi lengua: tan muerta como el arameo y el sánscrito. Cada cuerpo dentro de mi cuerpo con ganas de extinguirse para siempre. A...

El poder de los bastardos

  “Aquel que conoce el poder de la palabra presta mucha atención a su conversación. Vigila las reacciones causadas por sus palabras, pues sabe que ellas no retornarán al mismo punto sin haber causado su efecto” ― Florence Scovel Shinn   Asistí a la misa de 6 de una iglesia católica de la ciudad de Montería, el día 17 de diciembre de 2022, por motivo del aniversario mortuorio de mi mamá (18 meses). Casualmente ese día se celebraba también un matrimonio, en el que, por cierto, hubo un retraso de la novia, hecho que incomodó mucho al sacerdote, al punto de decir que, si no llegaba “ya”, no los casaría. Antes de llegar al motivo que me lleva a expresar esta opinión, que es muy personal, es importante que diga que, aunque crecí en el seno de una familia católica, estudié en colegio de monjas desde el grado 5° hasta el grado 11° (donde había oración todos los días, misas cada cierto tiempo y rosario durante todos los días del mes de mayo) y pertenecí a dos grupos juvenile...

Cuando me vaya

  De esta vida me iré con un corazón a reventar: me llevaré la adrenalina y el frío de manos, propio de las primeras veces, guardaré en la memoria colectiva del universo, la primera vez que me encontré con el mar y sus ojos color azul profundo; aquel primer beso, improvisado y tembloroso, que tuvo el poder suficiente para iluminar un callejón oscuro y sin encanto alguno. Me llevaré la imagen impecable del cielo en un atardecer de brisa fresca, la impresión de perfección que dejaron en mis oídos el batir de las alas de mariposa, la sonrisa de felicidad de un recién nacido al ver el rostro de su madre. Me llevaré el amor que sentí y las caricias incondicionales de las manos que me gestaron en su vientre; el nerviosismo que invadía a mi cuerpo cada vez que me encontraba con ciertos ojos en cualquier avenida o calle de esta pequeña ciudad. Me llevaré el placer singular que sólo da la música, el sentimiento sin nombre que produce compartir el alma y la pie...