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A veces me da la impresión de que han pasado en vano todos esos años, a veces parece que han tenido la duración de un simple, brevísimo e insignificante pestañeo. Pero lo cierto es que el tiempo no perdona, y sí que ha pasado por encima de mí, ya se empieza a notar un poco en la parte izquierda de mi cabeza.
Durante todo este tiempo he convivido con toda clase de sentimientos, desde los más salvajes hasta los más apacibles. 
Todos los espectros del aura han delimitado el pequeño espacio que ocupo en este mundo.
Me he sentido extranjera en mi propio cuerpo.
Me he quedado como un cadáver al ver de cerca las espantosas caras con que se identifican los miedos.
He creído, he dejado de creer y he vuelto a creer.
He inhalado ansiedad y desesperación, he probado la droga de felicidad, pero sus efectos no duran en mí, mi organismo les creó resistencia.
Estoy preñada de sueños, de historias que me invento en la noche antes de dormir.
No puedo contar todas las veces en las que me he enamorado, he amado a imposibles, he amado a platónicos, a platónicos-posibles, y también a posibles.
Soy una loca desgraciada que nunca tendrá remedio.
Soy los deseos y las pasiones que caminan sin control dentro de mí y que nunca han querido hacer el tránsito hacia la luz.
Estoy hecha de llanto, mucho llanto, de ese llanto que se escabulle por toda el alma, por toda la cara, por toda la existencia, por toda la piel, a cualquier hora del día, sin importar el lugar y las circunstancias.
También soy culpa y arrepentimiento y resentimiento, de los más helados, de los más oscuros, de los más indeseables, de los más funestos, de los más lúgubres, de los más insistentes, de los más persistentes, de los que siempre se aseguran la victoria.
Recuerdo haber sido valiente, pero sólo un par de veces que se pueden contar con los dedos de una mano, expresables en una proporción mínima y ridícula ante el entendimiento humano.
Me he encontrado con verdades que jamás pensé descubrir, algunas de ellas me han permitido, por un corto lapso de tiempo, conocer la esperanza.
Me encerré por tanto tiempo, sin ninguna razón, dentro de mí misma, y sólo hasta ahora me decido a asomarme por la ventana. Tal vez sea demasiado tarde para mí.
Soy los siete pecados capitales y los otros miles que no aparecen en la lista.
Tengo heridas que no se ven, pero que arden y sangran cuando alguien las toca o las menciona.
Las crisis de malparidez existencial me han tomado como su saco de boxeo, y aunque rota, siempre salgo viva de cada una de sus feroces embestidas.
No puedo mentir, muchas veces también he querido estar en los zapatos de Dios, para entender sus razones, para comprender su esencia, para saber por qué sí y por qué no.
Me he sentido como una partícula impotente e inservible, ante las barbaries que sacuden la vida a diario.
Me he sentido entera, me he sentido incompleta, me he sentido verdad dicha a medias, me he sentido mentira vil.
He hecho mi travesía con la compañía incondicional de los altibajos. Quizá esa es la mística, la lógica inconsecuente, la ley por excelencia de nuestro universo: reír y sufrir. Sufrir y reír. Vivir, morir y resucitar. Resucitar, morir y vivir.



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