Nuestras
bocas, impúdicas, se observan entre sí,
atormentadas
de deseo, como potentes imanes en movimiento, se atraen a gritos.
Las alfombras de aquella vieja cabaña, reclaman
nuestros cuerpos con gran inquietud y afán, ¡pasó tanto tiempo desde aquella
última vez!
A petición de nuestros labios y de
aquellas alfombras, nos encontramos una vez más, y allí en medio de ese olor a
pino y madera, nuestras miradas se escuchan y nuestros cuerpos se lanzan
palabras que ni nosotras mismas entendemos, hablan el lenguaje del deseo,
hablan el vasto idioma que se esconde hábilmente detrás de las faldas de la
pasión.
Te beso la frente y tu respuesta es una
ligera sonrisa en cuyo trasfondo yacen tus ganas más salvajes e inexploradas.
Tomas mi mano y siento tu mano helada, metes mi índice dentro de tu boca y me
miras fijamente mientras lo saboreas como si no existiese nada más placentero
en este mundo; y yo me vuelvo nada, me derrito al son del viento.
No resisto más y muerdo con suavidad tu
labio inferior, marco mi territorio, te quiero sólo para mí, porque vivo y
suspiro por verte y por tenerte.
Nos regalamos un beso largo, haciéndonos
saber todo lo acontecido en nuestras vidas durante todo el tiempo que no nos
vimos y pidiendo misericordia a través de él, porque no hay cuerpo humano capaz
de contener tal tipo de sentimiento; ya nos hacía falta muy poco para
desbocarnos, para explotar, para reventar en delirio.
Me dices “te amo”, “te he extrañado”, “no
me vuelvas a dejar” “quiero ser de ti hasta que se acabe mi vida”, te consagras
ante mí, ante unos oídos que no dan crédito a lo que escuchan, nunca pensé que después
de los incontables segundos que acontecieron sin tenernos, siguieras sintiendo
aquello por mí.
Respondo a tus plegarias y te tomo entre
mis brazos, el frío ya es historia, ya no queda más espacio para las palabras. La
vestimenta se disipa, mis manos te hacen suya, se enciende una tormenta a
nuestro alrededor. Tu piel me sonríe, me habla también, y yo le sigo la
corriente totalmente embobada, no tengo cura de ti, me siento inmune en ti,
entre el espacio que hay entre tus senos.
Tus labios titilan, hacen piruetas que a
mis sentidos se convierten en contorsiones provenientes del mismísimo edén;
estoy en el centro de tu cuerpo, tu pelvis se agita al son de la brisa, tus muslos
le ofrecen guarida a mi cara, te poseo con mi lengua, con mis dedos, te exploro
sin clemencia, al son encantador de tus gemidos, te hago mía justo como yo lo
quería, justo como tú lo pedías.
De un momento a otro, ya no estás más
aquí, tu espíritu ha migrado de tu cuerpo, ha mutado por unos cuantos segundos,
te has convertido en clímax, un orgasmo devastador te recorre de pies a cabeza;
y yo sólo soy un venturoso transeúnte, que luce gloriosamente perplejo ante la
solemnidad que descubre…
Has regresado de nuevo a tu piel,
mientras emprendo mi viaje hasta tus pechos, haciendo una escala obligada en tu
ombligo y en tus costillas. Mi cabeza ahora está recostada en tu corazón, alcanzo
a percibir ciertas pulsaciones aceleradas, tu respiración todavía está posesa
por ese ritmo entrecortado. Acaricias mi pelo con vehemencia, y cuando por fin
logras inclinarte, me regalas un beso dotado con todo lo bueno de ti, atestado
de todo lo que te hace ser tú, y yo replico haciendo lo mismo en tu barba.
Ahora duermes completamente desnuda
frente a mis ojos, testigos que no se cansan de presenciarte. El sueño no se
atreve a conquistarme, somos cómplices en aquello de mirarte mientras eres poesía
estática.
Y mi odisea termina conmigo sentada en
el piso, sosteniendo un cuerpo en cuyo interior reina una resaca monumental producto
de ingerir el embriagante néctar que
proviene de tu sexo.
Comentarios
Publicar un comentario