Los días corren como vertiginosas saetas
que no encuentran en donde clavarse.
Las horas se consumen con tal prisa que
parecen virutas a manos del fuego.
Los minutos están rotos, por miles de
agujeros, se les escapa el aire que los mantiene con vida.
Los segundos se minimizan con mayor
rapidez.
Puedo escuchar a las manecillas del
reloj mientras hacen boicot en mi contra,
me atormentan, me gritan consignas
indolentes: -“El tiempo se agota”- me dicen.
Y tienen razón: el tiempo se agota.
El tiempo se agota y no hemos podido
bailar nuestra canción.
El tiempo se consume y no hemos podido intercambiar
un saludo de buenas noches.
El tiempo se desgasta y no hemos podido juntarnos
para buscar figuras en las nubes.
El tiempo se vuelve nada y no hemos
podido chocar nuestras copas de vino tinto al son de la “salud”.
El tiempo se erosiona y no hemos podido
jugar al absurdo, pero imprescindible jueguito de quién cuelga primero el
teléfono.
El tiempo huye y no hemos podido leernos
entre líneas.
El tiempo se marchita y la probabilidad
que nos rige, aún no se decide a juntarnos…
Y tal vez sea su capricho nunca
hacerlo,
y a ti y a mí, nos corresponde aprender
a vivir con eso, aunque nos mate lento,
aunque nos consuma tan rápido que
empecemos a parecernos a ese tiempo que hoy juega en nuestra contra.
Comentarios
Publicar un comentario