Y finalmente sucedió
el tan esperado encuentro,
mis labios se acurrucaron
plácidamente sobre los tuyos,
y lo que sucedió a continuación
fue toda una obra de arte
biológica:
Mi universo frenó en seco,
mis sentimientos estallaron y
empezaron a derramarse a borbotones
por todo mi cuerpo;
el líquido rojo de mi vida
se volvió luces volando
a través de mis arterias…
Mi estómago se convirtió
en una comparsa de cosquillas
eternas,
mis piernas, confundidas y
temblorosas,
reían a carcajadas…
Y mis manos,
mis manos simplemente
se quedaron sin respiración,
porque por fin cumplieron su sueño
de mirarte y amarte de cerquita.
Mis neuronas
se embarcaron en un viaje rosa
del que todavía no regresan.
Ese día,
nuestros labios escribieron
un soneto perfecto,
de esos que tallan el corazón para
siempre,
de esos que rompen el espíritu de placer.
Tu boca trazó una ruta indeleble
dentro de mi,
una especie de camino
que conduce a una forma
nueva de deletrear el amor.
Ese boceto que delineaste con tu
lengua
le dio un golpe bajo
a la sed que se hospedaba en mí,
convirtió en algodón de azúcar,
a un corazón
que estaba revestido de acero negro.
Tienes magia en la boca,
tu beso quedó impreso en mi rutina,
me dejaste flotando eternamente
en un campo de cipreses y fucsias,
en mis labios vive
el dulce vaho de tu aliento.
Tu beso se convirtió en
himno,
bandera,
religión
y
ley universal
de mi propio planeta rojo,
ese que tiene como satélite natural
a una inmensa nube psicodélica,
que se encarga de mantener
fresco en mi memoria
aquel acontecimiento
que marcó nuestras bocas para
siempre…
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