Ella era una flor inverosímil a punto de
la extinción,
era dueña de una mirada distraída y
melancólica.
Su pecho estaba adornado con amargas cadenas,
cadenas que soportaban el peso de un
gran secreto.
Su rostro lucía taciturno y apagado,
y de vez en cuando,
algunas gotitas de tristeza descendían de sus ojos;
algunas gotitas de tristeza descendían de sus ojos;
su boca, que pronunciaba sonrisas
fingidas,
buscaba empaparse del saciante y
exquisito bálsamo de la verdad.
Cercada por una cómplice y refrescante
brisa,
con la aprobación de la luna,
de las estrellas
y del cielo entero si se quiere,
de las estrellas
y del cielo entero si se quiere,
y bajo la mirada celestina y primaveral
de una noche de marzo,
mientras cada átomo de su cuerpo
temblaba vorazmente,
mientras su corazón interpretaba la sinfonía
más estruendosa que jamás se haya escuchado;
dejó caer sobre su lengua todo el peso
de su verdad,
de una verdad que al ser manifestada por
una boca árida
y unos labios aún incrédulos,
y unos labios aún incrédulos,
terminó por arrancar la sal,
la oscuridad y las miserias
que se aferraban fuertemente
a cada trozo de su existencia.
la oscuridad y las miserias
que se aferraban fuertemente
a cada trozo de su existencia.
Aquella noche respiró valentía y exhaló el
más grande de sus miedos.
Aquella noche se quitó una máscara
invisible estampada de mentiras,
y se vistió con un traje adornado de sonrisas
y certezas.
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